Hace unos años hablar de Orce era hablar de un supuesto fraude, de una terrible confusión. Ahora parece que los confundidos y los engañados eran todos los demás…

En el año 1982, en la finca de Venta Micena el paleoantropólogo Josep Gibert halló un fragmento de cráneo junto a los restos de un félido de dientes de sable que para él, tras estudiarlo, era indudablemente humano. El problema era su antigüedad: casi 1,5 millones de años. En esa época según la antropología la especie humana aún no había conquistado el suelo europeo, y mucho menos el español, por lo tanto aquel descubrimiento hubiera supuesto un hito en la historia antropológica universal por la enorme importancia que hubiera supuesto. Y ese hallazgo hubiera pertenecido a un español.

Sin embargo, en esta triste España de cabriola, de charanga y pandereta. Esta triste España de la envidia y del ninguneo a aquel que destaca se encargó, ella misma, de desmentir tan sorprendente hallazgo. Ella misma, una vez más, se condenaría a sufrir la burla y el mentis desde fuera de nuestras fronteras. Y aquel supuesto cráneo fue objeto de burla, de sátira. Y sus descubridores humillados y apartados de cualquier círculo científico público o privado. Una España miserable que con actos así parece merecer el retraso al que se ha visto desde siempre abocada.

Y, por último, años después, el «¡qué inventen y descubran ellos!» ahora, años después, la vergüenza. Un equipo de antropólogos británicos descubre en Orce un diente de leche humano que constituye el resto de nuestra especie más antiguo hallado en Europa. Antigüedad: 1,5 millones de años. Bien haría la comunidad antropológica española en pedir perdón públicamente a los herederos del fallecido Gibert. Y debería también aprender de sus errores. Por su propio futuro.